Sobre gomina y postureo

Existe una norma tácita en el ámbito laboral sueco que a mi parecer resulta bastante ventajosa y es relativa al código de vestimenta. Cuando empiezas a trabajar en una nueva oficina o te citan a una entrevista de trabajo, no es necesario que renueves tu armario ni desempolves tus mejores galas: te espera un ambiente más bien informal. Lo más habitual es que te quites los zapatos nada más entrar al recibidor y andes en calcetines como en tu casa, cada cual viste según su estilo y personalidad, algo que se percibe como natural. Esta pauta se aplica también a los cargos más altos, si tu jefa aparece en chándal en tu despacho, mejor disimula tu gesto de asombro. 

Por supuesto y como todo en la vida encontrarás excepciones, por ejemplo las personas que trabajan de cara al público o aquellas que promocionan determinadas marcas o productos. El domingo pasado fui a dar precisamente con una de estas raras situaciones en las que el canon se incumple. Resulta que el contrato de alquiler de nuestro piso finaliza dentro de unos meses y, dado lo difícil que es encontrar techo aquí como probablemente leerías algunas publicaciones atrás, decidimos prepararnos para considerar todas las opciones y asistimos a la visita de un piso en venta. 

Todo comienza reservando hora para ver el apartamento, hasta aquí nada nuevo. El intríngulis se manifiesta cuando llegas a la puerta del lugar en sí y da comienzo el ritual. Una buena cantidad de personajes tienen cita a la vez que tú, desde varias parejas hasta un chaval que se independiza y viene con su madre a ver el piso, pasando por algún que otro vecino que aprovecha para echar un vistazo y coger ideas de estilismo para su casa. ¿Tan bonito era como para inspirar a las masas? Bueno, más bien se trata de que, al vender un inmueble, uno de los servicios que contratas es una empresa que se encarga de dejar tu casa cual pisazo de revista. Completamente impecable y con una decoración exquisita. Hasta una macetita con albahaca fresca te colocan en la encimera de la cocina por el módico precio de unos dos mil euros -¡en total, no por la plantita!-. No es que sea obligatorio en sí, pero si se te ocurre obviar el tema tu anuncio será tachado de defectuoso y bajará radicalmente el número de personas interesadas. Todo el mundo encarga esta prestación para que, además, un fotógrafo profesional saque la mejor perspectiva posible de su morada. 

Pero vaya, volviendo al propio ritual, nos topamos con el oficiante. Un sujeto de pelo exageradamente engominado te da la bienvenida con un apretón de manos y se ofrece a resolver cualquier duda respecto al piso. Menudo traje. Semejante pinta. A partir de ahí los potenciales compradores pasean a sus anchas y examinan el entorno. A su disposición, pequeñas revistas que se pueden llevar a casa con la información del piso y fotografías tan pomposamente retocadas que hay que esforzarse para reconocer las habitaciones que te encuentras inspeccionando. Así cuentas con los datos de contacto y te lo puedes pensar en casa tranquilamente, ¿verdad? Sí, considera el tema apaciblemente durante cuarenta y ocho horas, que es cuando comienza la subasta. En caso de que durante la visita el piso te interese, rellenas una ficha con tus datos para entrar en la siguiente fase, de manera que podrás pujar partiendo del precio de salida. ¿Divertido? No tiene desperdicio.




Como intuiréis, mi pareja y yo decidimos no seguir con el proceso de lucha por el apartamento, aunque nadie niega que fuese una mañana bastante entretenida. Lo curioso de adquirir una vivienda en este país es que no sólo debes tener en cuenta el precio final del piso junto con los intereses de la hipoteca, sino también los gastos de comunidad. Comprar un inmueble equivale a comprar un derecho a residir en ese lugar, de modo que el propietario final o responsable en última instancia es una empresa inmobiliaria. Por ello, el importe comunitario que te comento supone pagar mensualmente tu membresía dentro de la empresa correspondiente, que se encarga de garantizar agua, calefacción y mantenimiento. Este desembolso suele rondar los trescientos euros y supone una atadura económica hasta el final de los tiempos. 

En fin, haremos lo posible por llegar a buen puerto el próximo otoño, residencialmente hablando.


Comentarios

  1. Muy interesante. Como dice un dicho: Vas a ver un piso y de paso ¡conoces gente! Lo de comprarlo ya es otra história

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  2. Yo dejo el piso y me quedo con tu prosa. Sigue deleitándonos con las costumbres y los detalles...

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